Leopoldo Marechal (1900-1970) è
uno dei più grandi scrittori argentini del Novecento. A noi che nel calcio
godiamo dei dualismi – Mazzola-Rivera;
Baggio-Del Piero – non sarebbe difficile immaginare il centrocampo della
letteratura argentina dilaniato dal contrapposizione Borges-Marechal. Malgrado
l’enorme diversità di risonanza mondiale del primo, il secondo è genio
altrettanto vitale, fecondo e assoluto. In più mantiene quel fascino
politicamente scorretto di un’orgogliosa
capacità di soffrire per le sue idee che ce lo rende simpatico ed empatico:
soffrì una grande congiura del silenzio e la solitudine dell’emarginazione
culturale in quel Paese che, potremmo dire, vendicandosi della sua militanza
peronista, “gli fece del male”, benché non nella misura in cui la Francia colpì
Robert Brasillach. E come lo scrittore
francese pubblicò nel 1939 I sette colori,
dove sperimentò i sette prismi del romanzo, l’argentino nel 1966 diede alle
stampe l’Heptamerón in cui sgranò i
sette giorni di una poesia cosmica e totale che ambiva a dar conto del
significato complessivo della vita. E come nel Francese lo scorrere della vita
e della giovinezza è il luogo della ricerca incessante di una Patria che è
sogno, esperimento, entusiasmo di un destino comune finalmente ritrovato;
nell’Argentino la Patria è componente essenziale della Bildung di sé e del mondo, che trova il suo senso finale nel
compimento escatologico … la Patria è sempre
nel tempo e nelle età cerniera metafisica che “eleva in virtù
dell’ordine della grazie al soprannaturale”[1].
La sensibilità storico-epocale che vede con Brasillach nel fascismo “immenso e
rosso” la “poesia del Ventesimo Secolo”, in Marechal è sostituita dal pathos
metastorico di una dimensione verticale tramite la quale, dopo essersi immerso
entusiasticamente nei gorghi della storia, Marechal la giudica dall’alto, senza
perdere nulla delle ferite e delle lezioni che essa ha lasciato nei corpi e
nell’anima. Scrittore giustiziato l’uno,
poeta deposto[2] l’altro,
ma tutti e due artisti attraverso la Patria, che attraversano e si lasciano
attraversare dalla Patria, dalle sue frecce che trafiggono, dalle sue gioie
guerresche, dalla sua gioventù acerba, quella che fa capolino in
particolare nell’eccezionale prova di
grandezza creativa del Descubrimiento de
la Patria che vi sottopongo dopo aver tentato di tradurla, facendo del mio meglio, senza
alcuna pretesa se non quella di condividere una bellezza. Il Descubrimiento fa parte di una delle
sette giornate dell’ Heptamerón,
intitolata La Patriótica e offre un peculiare
concentrato delle tematiche metafisico e teologico-politiche di Marechal. In lui c’è tutta la grande
ambiguità dell’occidente latino americano: l’esito della migliore civiltà
europea, il suo definitivo tramonto, ma anche il suo distillato giovanissimo.
Come se proprio dove finisce l’Occidente, nella mistura indefinita di
avventurieri, militari, mistici ed ecclesiastici, immigrati, lavoratori e
cercatori di fortuna, che si portano dietro il vecchio mondo cancellando per
sempre la costa dalla quale provengono, si raccogliesse tutta la grandezza
della sua eredità. Come se quest’eredità
trovasse nuova giovinezza negli altipiani delle Ande o nelle pianure dell’Argentina
del Sud, in quel Sud dove la nuova Patria si incarna, rinasce e rivive dalle
profondità della terra verso le altezze del cielo, malgrado corra sempre il
rischio di perdersi nelle preoccupazioni per la sopravvivenza che invadono i
nuovi arrivati, o anche nelle nuove seduzioni della ricchezza e del denaro.
Questo ci racconta la Scoperta della
Patria che è anche un suo più intimo e mistico disvelamento, sempre sul crinale posto tra l’evanescenza
spiritualistica e onirica e la grossolanità materialistica, un disvelamento che
è propriamente il senso di un’incarnazione: spirito che si fa carne, carne e
terra che nutrono lo spirito. Ciò avviene non senza dolore: la scoperta della
Patria è la condivisione della sofferenza connessa al venire al mondo e al
crescere. La Patria è una bambina che cresce nel dolore, che dà preoccupazione
e che lascia dolore … ma che al tempo stesso porta con sé le gioie della
giovane terra del Sud dove si è stabilita e dove fiorirà, di là dalla vita e
dalle vicende di ciascuno. Vita e morte, gioia e dolore, sangue e sorrisi, armi
e lavoro, innocenza e disincanto, tutto si incontra in questo grande affresco
della Patria, tutto si trova nel tutto della Patria!
Descubrimiento de la
Patria
1
Dije yo en la
ciudad de la Yegua Tordilla:
“La Patria es un
dolor que aún no tiene bautismo”.
Los apisonadores
de adoquines
me clavaron sus
ojos de ultramar;
y luego
devoraron su pan y su cebolla
y en seguida
volvieron al ritmo del pisón.
2
¿Con qué derecho
yo definía la Patria,
bajo un cielo en
pañales
y un sol que
todavía no ha entrado en la leyenda?
Los apisonadores
de adoquines
escupieron la
palma de sus manos:
en sus ojos de
allende se borraba una costa
y en sus pies
forasteros ya moría una danza.
“Ellos vienen
del mar y no escuchan”, me dije.
“Llegan como el
otoño: repletos de semilla,
vestidos de hoja
muerta.”
Yo venía del Sur
en caballos e idilios:
“La Patria es un
dolor que aun no sabe su nombre”.
3
Una lanza
española y un cordaje francés
riman este poema
de mi sangre:
yo también soy
un hijo del otoño,
que llegó del
oriente sobre la tez del agua.
¿Qué harían en
el Sur y en su empresa de toros
un cordaje
perdido y una lanza en destierro?
Con la virtud
erecta de la lanza
yo aprendí a gobernar
los rebaños furiosos;
con el desvelo
puro del cordaje
yo descubrí la
Patria y su inocencia.
4
La Patria era
una niña de voz y pies desnudos.
Yo la vi
talonear los caballos frisones
en tiempo de
labranza;
o dirigir los
carros graciosos del estío,
con las piernas
al sol y el idioma en el aire.
(Los hombres de
mi estirpe no la vieron:
sus ojos de
aritmética buscaban
el tamaño y el
peso de la fruta.)
5
La Patria era un
retoño de niñez
en el Sur
aventado, en la llanura
tamborileante de
ganaderías.
Yo la vi junto
al fuego de las yerras:
¡estampaba su
risa en los novillos!
O junto al
universo de los esquiladores,
cosechando el
vellón en las ovejas
y la copla en
las dulces guitarras de setiembre.
(No la vieron
los hombres de mi clan:
sus ojos
verticales se perdían
en las
cotizaciones del Mercado de Lanas).
6
Yo vi la Patria
en el amanecer
que abrían los
reseros con la llave
mugiente de sus
tropas.
La vi en el
mediodía tostado como un pan,
entre los
domadores que soltaban y ataban
el nudo de la
furia en sus potrillos.
La vi junto a
los pozos del agua o del amor,
¡niña, y
trazando el orbe de sus juegos!
Y la vi en el
regazo de las noches australes,
dormida y con
los pechos no brotados aún.
7
Por eso desbordé
yo en mi copa de tierra
y un cachorro
del viento pareció mi lenguaje.
Por eso no he
logrado todavía
sacarme de los
hombros este collar de frutas,
ni poner en
olvido aquel piafante
cinturón de
caballos
ni esta delicia
en armas que recogí en Maipú.
8
Guardosos de
semilla,
vestidos de hoja
muerta,
los hombres de
mi clan ignoraron la Patria.
Con el temblor
sin sueño del cordaje
la descubrí yo
solo allá en Maipú.
Y de pronto, en
el mismo corazón de mi júbilo,
sentí yo la
piedad que se alarmaba
y el miedo que
nacía.
“La Patria es un
temor que ha despertado”,
me dije yo en el
Sur y en su empresa de toros.
“Niña y pintando
el orbe de su infancia,
en su mano
derecha reposa la del ángel
y en su
izquierda la mano tentadora del viento.”
El temor de la
Patria y su niñez
me atravesó
encostado (la cicatriz me dura).
9
Tal fue la
enunciación, el derecho y la pena
que traje a la
Ciudad de la Yegua Tordilla.
Y así les hablé
yo a los inventores
de la ciudad
plantada junto al Río,
y a sus
ensimismados arquitectos,
o a sus frutales
hombres de negocio:
“La Patria es un
dolor en el umbral,
un pimpollo
terrible y un miedo que nos busca.
No dormirán los
ojos que la miren,
no dormirán ya el
sueño pesado de los bueyes.”
(Los apisonadores
de adoquines
masticaban su
pan y su cebolla.)
10
Y así les hablé
yo a los albañiles:
“La Patria es un
peligro que florece.
Niña y tentada
por su hermoso viento,
necesario es
vestirla con metales de guerra
y calzarla de
acero para el baile
del laurel y la
muerte”.
(Los albañiles,
desde sus andamios
hacían descender
cautelosas plomadas).
11
Y dije todavía
en la Ciudad,
bajo el caliente
sol de los herreros:
“No solo hay que
forjar el riñón de la Patria,
sus costillas de
barro, su frente de hormigón:
es de urgencia
poblar su costado de Arriba,
soplarle en la
nariz el ciclón de los dioses.
La Patria debe
ser una provincia
de la tierra y
del cielo”.
12
Me clavaron sus
ojos en ausencia
los amontonadores
de ladrillos.
Los abismados
hombres de negocio
medían en
pulgadas la madera del norte.
Nadie oyó mis
palabras, y era justo:
yo venía del Sur
en caballos y églogas.
13
Y descubrí en mi
alma: “Todavía no es tiempo:
no es el año ni
el siglo ni la edad.
La niñez de la
Patria jugará todavía
más allá de tu
muerte y la de todos
los herreros que
truenan junto al río”.
14
La Patria no ha
de ser para nosotros
una madre de
pechos reventones;
ni tampoco una
hermana paralela en el tiempo
de la flor y la
fruta;
ni siquiera una
novia que nos pide la sangre
de un clavel o
una herida.
15
Yo la vi
talonear los caballos australes,
niña y pintando
el orbe de sus juegos.
La Patria no ha
de ser para nosotros
nada más que una
hija y un miedo inevitable,
y un dolor que
se lleva en el costado
sin palabra ni
grito.
16
Por eso, nunca
más
hablaré de la Patria.
|
Scoperta
della Patria
1
Io lo dissi nella città della Cavalla Learda:
“La Patria è un dolore non ancora battezzato”.
Cantonieri e stradini
fissarono su me i loro occhi d’oltremare;
e poi divorarono il loro pane e cipolla
e subito tornarono al ritmo del martello.
2
Con quale diritto definivo io la Patria
sotto un cielo in fasce
e un sole che ancora non è entrato nella leggenda?
Cantonieri e stradini
sputarono sul palmo delle loro mani:
nei loro occhi transmarini si depennava una costa
e nei loro piedi stranieri già moriva una danza.
“Vengono dal mare e non ascoltano”, mi dissi.
“Arrivano come l’autunno: pieni di semenza,
vestiti di foglia morta”.
Io venivo dal Sud su cavalli e idilli:
“La Patria è un dolore che ancora non sa il suo nome”
3
Una lancia spagnola e corde francesi
rìmano questo poema del mio sangue:
anch’io sono un figlio dell’autunno
che arrivò dall’oriente sulla pelle dell’acqua.
“Che cosa farebbero nel Sud e nelle loro fattorie taurine
corde perdute e una lancia in esilio?
Con la virtù dritta della lancia
ho imparato a governare le greggi furiose;
con la veglia pura delle corde
io scoprii la Patria e la sua innocenza.
4
La Patria è una bambina dalla voce e dai piedi nudi.
Io la vidi tallonare i cavalli frisòni
nel tempo dell'aratura;
o guidare i carri graziosi dell’estate
con le gambe al sole e parole all’aria.
(Gli uomini della mia stirpe non la videro:
i loro occhi d’aritmetica cercavano
la grandezza e il peso della frutta).
5
La Patria era un germoglio d’infanzia
nel Sud ventoso, nella pianura
tambureggiante d’armenti.
Io la vidi vicino al fuoco delle marchiature:
stampava le sue risa sui vitelli!
O vicino all’universo dei tosatori,
raccogliere il manto delle pecore
e la solfa[3]
nelle dolci chitarre di settembre.
(Non la videro gli uomini del mio clan:
i loro occhi verticali si perdevano
nelle quotazioni del Mercato della Lana).
6
Io vidi la Patria all’alba
che i mandriani aprivano con la chiave
muggente dei loro branchi.
La vidi nel mezzogiorno tostato come un pane
tra i domatori che slacciavano e legavano
il nodo della furia sui loro puledri.
La vidi vicino ai pozzi d’acqua e d’amore,
bambina, tratteggiare l’orbita
dei suoi occhi!
E la vidi nel grembo delle notti australi
addormentata coi seni non ancora germogliati.
7
Per questo traboccai nel mio calice di terra
e un cucciolo di vento sembrò il mio parlare.
Per questo non sono ancora riuscito
a togliermi dalle spalle questo collare di frutta,
né a dimenticare quella scalpitante
cintura di cavalli
né questa gioia guerresca che raccolsi a Maipù[4].
8
Custodi di semenza,
vestiti di foglia morta,
gli uomini del mio clan ignorarono la Patria.
Con il vibrare senza sonno delle corde
la scoprii io solo là a Maipù.
E subito, nel cuore stesso del mio tripudio,
io sentii la pietà che si allarmava
e la paura che nasceva.
“La Patria è un timore che si è svegliato”,
mi dissi io nel Sud e nelle sua fattoria di tori.
“Dipingendo, bambina, l’orbita della sua infanzia,
nella sua mano destra riposa quella dell’angelo
e nella sua sinistra la mano tentatrice del vento”.
Il timore della Patria e la sua infanzia
mi attraversò il costato (la cicatrice mi dura).
9
Tale fu l’enunciazione, il diritto e la pena
che trassi alla Città della Cavalla Learda.
E così parlai io agli inventori
della città piantata vicino al fiume
e ai suoi architetti assorti,
o ai suoi fruttanti uomini d’affari:
“La Patria è un dolore alla soglia,
un bocciolo terribile e una paura che ci cerca.
Non dormiranno gli occhi che la guardino,
non dormiranno il sonno
pesante dei buoi”.
(Cantonieri e stradini
masticavano il loro pane e cipolla).
10
E così io parlai ai muratori:
“La Patria è un pericolo che fiorisce.
Bambina, tentata dal suo bel
vento,
è necessario vestirla con armature da guerra
e calzarla d’acciaio per il ballo
del lauro e della morte”.
(I muratori dai loro ponteggi
calavano prudenti fili a piombo).
11
E dissi ancora nella Città
sotto il caldo sole dei fabbri:
“Non solo bisogna forgiare le reni della Patria,
le sue costole di fango, la sua fronte di calcestruzzo:
è urgente riempire il suo costato dall’Alto,
soffiarle nel naso il ciclone degli dèi.
La Patria dev’essere una provincia
della terra e del cielo”.
12
Fissarono i loro occhi in un’assenza
quelli, ammonticchiando mattoni.
Gli assorti uomini d’affari
misuravano in centimetri il legno del nord.
Nessuno udì le mie parole, ed era giusto:
io venivo dal Sud su cavalli ed egloghe.
13
E scoprii nella mia anima: “Ancora non è tempo:
non è l’anno, né il secolo, né l’era.
L’infanzia della Patria giocherà ancora
più in là della tua morte e di quella di tutti
I fabbri che tuonano vicino al fiume”.
14
La Patria non dev’essere per noi
una madre di petti rigonfi;
e nemmeno una sorella parallela nel tempo
del fiore e della frutta;
e neanche una fidanzata che ci chiede il sangue
di un garofano o di una ferita.
15
Io la vidi spronare i cavalli australi,
e, bambina, dipingere l’orbita
dei suoi occhi.
La Patria non dev’essere per noi
nulla più che una figlia e una paura inevitabile,
e un dolore che si porta nel costato
senza parola né grido.
16
Per questo mai più
parlerò della Patria.
tr. it. di Massimo Maraviglia
|
[1] Carlos Solanes, El concepto cristiano de Patria: Francisco
l. Bernárdez, Leopoldo Marechal, “Revista de Literaturas Modernas”, 2 (2013),
pp. 103-113, qui p. 111.
[2] Così si
autodefinì dopo l’ostracismo seguito alla caduta di Peron, alla cui prima
esperienza politica (1946-1955) egli partecipò da protagonista.
[3]
Traduco così il termine “copla” che significa “cobbola” cioè canzone (dal
provenzale) o appunto “solfa” nel senso
arcaico di solfeggio, o più volgarmente “ritornello”.
[4] “Mi universo infantil era
la llanura de Maipú, abierta de horizonte a horizonte, y la casa erigida en
terrenos bajos que favorecían la presencia del agua y el afincamiento de un
mundo volátil cuyo millón de alas negras, blancas y rosas herían el aire y escandalizaban
la luz por cualquier motivo, ya fuera la irrupción de un jinete que se abría
paso en los juncales, ya las evoluciones de algún nutriero que armaba sus trampas
en el cañadón” (L. Marechal, Adán Buenosayres. Edición crítica,
introducción y notas de Javier de Navascués. Ediciones Académicas de Literatura
Argentina Siglos XIX y XX. Buenos Aires,
2013, p. 472): “Il mio universo infantile era la pianura di
Maipù, aperta da orizzonte a orizzonte, e la casa costruita in terre basse che
favorivano la presenza di acqua e la nidificazione di un mondo di volatili le
cui ali nere, bianche e rosa ferivano l’aria e scandalizzavano la luce per
qualsiasi motivo, e fuori la irruzione di un cavallerizzo che si apriva il
passo tra i giunchi, e le evoluzioni di qualche cacciatore di lontre che armava
le sue trappole nel canalone…”.
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