venerdì 15 maggio 2020

Leopoldo Marechal: La scoperta della Patria




Leopoldo Marechal (1900-1970) è uno dei più grandi scrittori argentini del Novecento. A noi che nel calcio godiamo dei dualismi  – Mazzola-Rivera; Baggio-Del Piero – non sarebbe difficile immaginare il centrocampo della letteratura argentina dilaniato dal contrapposizione Borges-Marechal. Malgrado l’enorme diversità di risonanza mondiale del primo, il secondo è genio altrettanto vitale, fecondo e assoluto. In più mantiene quel fascino politicamente scorretto  di un’orgogliosa capacità di soffrire per le sue idee che ce lo rende simpatico ed empatico: soffrì una grande congiura del silenzio e la solitudine dell’emarginazione culturale in quel Paese che, potremmo dire, vendicandosi della sua militanza peronista, “gli fece del male”, benché non nella misura in cui la Francia colpì Robert Brasillach.  E come lo scrittore francese pubblicò nel 1939 I sette colori, dove sperimentò i sette prismi del romanzo, l’argentino nel 1966 diede alle stampe l’Heptamerón in cui sgranò i sette giorni di una poesia cosmica e totale che ambiva a dar conto del significato complessivo della vita. E come nel Francese lo scorrere della vita e della giovinezza è il luogo della ricerca incessante di una Patria che è sogno, esperimento, entusiasmo di un destino comune finalmente ritrovato; nell’Argentino la Patria è componente essenziale della Bildung di sé e del mondo, che trova il suo senso finale nel compimento escatologico … la Patria è sempre  nel tempo e nelle età cerniera metafisica che “eleva in virtù dell’ordine della grazie al soprannaturale”[1]. La sensibilità storico-epocale che vede con Brasillach nel fascismo “immenso e rosso” la “poesia del Ventesimo Secolo”, in Marechal è sostituita dal pathos metastorico di una dimensione verticale tramite la quale, dopo essersi immerso entusiasticamente nei gorghi della storia, Marechal la giudica dall’alto, senza perdere nulla delle ferite e delle lezioni che essa ha lasciato nei corpi e nell’anima.  Scrittore giustiziato l’uno, poeta deposto[2] l’altro, ma tutti e due artisti attraverso la Patria, che attraversano e si lasciano attraversare dalla Patria, dalle sue frecce che trafiggono, dalle sue gioie guerresche, dalla sua gioventù acerba, quella che fa capolino in particolare  nell’eccezionale prova di grandezza creativa del Descubrimiento de la Patria che vi sottopongo dopo aver tentato di  tradurla, facendo del mio meglio, senza alcuna pretesa se non quella di condividere una bellezza. Il Descubrimiento fa parte di una delle sette giornate dell’ Heptamerón, intitolata La Patriótica e offre un peculiare concentrato delle tematiche metafisico e teologico-politiche di  Marechal. In lui c’è tutta la grande ambiguità dell’occidente latino americano: l’esito della migliore civiltà europea, il suo definitivo tramonto, ma anche il suo distillato giovanissimo. Come se proprio dove finisce l’Occidente, nella mistura indefinita di avventurieri, militari, mistici ed ecclesiastici, immigrati, lavoratori e cercatori di fortuna, che si portano dietro il vecchio mondo cancellando per sempre la costa dalla quale provengono, si raccogliesse tutta la grandezza della sua eredità.  Come se quest’eredità trovasse nuova giovinezza negli altipiani delle Ande o nelle pianure dell’Argentina del Sud, in quel Sud dove la nuova Patria si incarna, rinasce e rivive dalle profondità della terra verso le altezze del cielo, malgrado corra sempre il rischio di perdersi nelle preoccupazioni per la sopravvivenza che invadono i nuovi arrivati, o anche nelle nuove seduzioni della ricchezza e del denaro. Questo ci racconta la Scoperta della Patria che è anche un suo più intimo e mistico disvelamento, sempre sul crinale posto tra l’evanescenza spiritualistica e onirica e la grossolanità materialistica, un disvelamento che è propriamente il senso di un’incarnazione: spirito che si fa carne, carne e terra che nutrono lo spirito. Ciò avviene non senza dolore: la scoperta della Patria è la condivisione della sofferenza connessa al venire al mondo e al crescere. La Patria è una bambina che cresce nel dolore, che dà preoccupazione e che lascia dolore … ma che al tempo stesso porta con sé le gioie della giovane terra del Sud dove si è stabilita e dove fiorirà, di là dalla vita e dalle vicende di ciascuno. Vita e morte, gioia e dolore, sangue e sorrisi, armi e lavoro, innocenza e disincanto, tutto si incontra in questo grande affresco della Patria, tutto si trova nel tutto della Patria!

Descubrimiento de la Patria

               1
Dije yo en la ciudad de la Yegua Tordilla:
“La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”.
Los apisonadores de adoquines
me clavaron sus ojos de ultramar;
y luego devoraron su pan y su cebolla
y en seguida volvieron al ritmo del pisón.

                2

¿Con qué derecho yo definía la Patria,
bajo un cielo en pañales
y un sol que todavía no ha entrado en la leyenda?
Los apisonadores de adoquines
escupieron la palma de sus manos:
en sus ojos de allende se borraba una costa
y en sus pies forasteros ya moría una danza.
“Ellos vienen del mar y no escuchan”, me dije.
“Llegan como el otoño: repletos de semilla,
vestidos de hoja muerta.”
Yo venía del Sur en caballos e idilios:
“La Patria es un dolor que aun no sabe su nombre”.

                3

Una lanza española y un cordaje francés
riman este poema de mi sangre:
yo también soy un hijo del otoño,
que llegó del oriente sobre la tez del agua.
¿Qué harían en el Sur y en su empresa de toros
un cordaje perdido y una lanza en destierro?
Con la virtud erecta de la lanza
yo aprendí a gobernar los rebaños furiosos;
con el desvelo puro del cordaje
yo descubrí la Patria y su inocencia.

                4

La Patria era una niña de voz y pies desnudos.
Yo la vi talonear los caballos frisones
en tiempo de labranza;
o dirigir los carros graciosos del estío,
con las piernas al sol y el idioma en el aire.
(Los hombres de mi estirpe no la vieron:
sus ojos de aritmética buscaban
el tamaño y el peso de la fruta.)

                5

La Patria era un retoño de niñez
en el Sur aventado, en la llanura
tamborileante de ganaderías.
Yo la vi junto al fuego de las yerras:
¡estampaba su risa en los novillos!
O junto al universo de los esquiladores,
cosechando el vellón en las ovejas
y la copla en las dulces guitarras de setiembre.
(No la vieron los hombres de mi clan:
sus ojos verticales se perdían
en las cotizaciones del Mercado de Lanas).

                6

Yo vi la Patria en el amanecer
que abrían los reseros con la llave
mugiente de sus tropas.
La vi en el mediodía tostado como un pan,
entre los domadores que soltaban y ataban
el nudo de la furia en sus potrillos.
La vi junto a los pozos del agua o del amor,
¡niña, y trazando el orbe de sus juegos!
Y la vi en el regazo de las noches australes,
dormida y con los pechos no brotados aún.

                7

Por eso desbordé yo en mi copa de tierra
y un cachorro del viento pareció mi lenguaje.
Por eso no he logrado todavía
sacarme de los hombros este collar de frutas,
ni poner en olvido aquel piafante
cinturón de caballos
ni esta delicia en armas que recogí en Maipú.

                8

Guardosos de semilla,
vestidos de hoja muerta,
los hombres de mi clan ignoraron la Patria.
Con el temblor sin sueño del cordaje
la descubrí yo solo allá en Maipú.
Y de pronto, en el mismo corazón de mi júbilo,
sentí yo la piedad que se alarmaba
y el miedo que nacía.
“La Patria es un temor que ha despertado”,
me dije yo en el Sur y en su empresa de toros.
“Niña y pintando el orbe de su infancia,
en su mano derecha reposa la del ángel
y en su izquierda la mano tentadora del viento.”
El temor de la Patria y su niñez
me atravesó encostado (la cicatriz me dura).

                9

Tal fue la enunciación, el derecho y la pena
que traje a la Ciudad de la Yegua Tordilla.
Y así les hablé yo a los inventores
de la ciudad plantada junto al Río,
y a sus ensimismados arquitectos,
o a sus frutales hombres de negocio:
“La Patria es un dolor en el umbral,
un pimpollo terrible y un miedo que nos busca.
No dormirán los ojos que la miren,
no dormirán ya el sueño pesado de los bueyes.”
(Los apisonadores de adoquines
masticaban su pan y su cebolla.)

                10

Y así les hablé yo a los albañiles:
“La Patria es un peligro que florece.
Niña y tentada por su hermoso viento,
necesario es vestirla con metales de guerra
y calzarla de acero para el baile
del laurel y la muerte”.
(Los albañiles, desde sus andamios
hacían descender cautelosas plomadas).

                11

Y dije todavía en la Ciudad,
bajo el caliente sol de los herreros:
“No solo hay que forjar el riñón de la Patria,
sus costillas de barro, su frente de hormigón:
es de urgencia poblar su costado de Arriba,
soplarle en la nariz el ciclón de los dioses.
La Patria debe ser una provincia
de la tierra y del cielo”.

                12

Me clavaron sus ojos en ausencia
los amontonadores de ladrillos.
Los abismados hombres de negocio
medían en pulgadas la madera del norte.
Nadie oyó mis palabras, y era justo:
yo venía del Sur en caballos y églogas.

                13

Y descubrí en mi alma: “Todavía no es tiempo:
no es el año ni el siglo ni la edad.
La niñez de la Patria jugará todavía
más allá de tu muerte y la de todos
los herreros que truenan junto al río”.

                14

La Patria no ha de ser para nosotros
una madre de pechos reventones;
ni tampoco una hermana paralela en el tiempo
de la flor y la fruta;
ni siquiera una novia que nos pide la sangre
de un clavel o una herida.

                15

Yo la vi talonear los caballos australes,
niña y pintando el orbe de sus juegos.
La Patria no ha de ser para nosotros
nada más que una hija y un miedo inevitable,
y un dolor que se lleva en el costado
sin palabra ni grito.

                16

Por eso, nunca más
 hablaré de la Patria.
Scoperta della Patria



1
Io lo dissi nella città della Cavalla Learda:
“La Patria è un dolore non ancora battezzato”.
Cantonieri e stradini
fissarono su me i loro occhi d’oltremare;
e poi divorarono il loro pane e cipolla
e subito tornarono al ritmo del martello.

2

Con quale diritto definivo io la Patria
sotto un cielo in fasce
e un sole che ancora non è entrato nella leggenda?
Cantonieri e stradini
sputarono sul palmo delle loro mani:
nei loro occhi transmarini si depennava una costa
e nei loro piedi stranieri già moriva una danza.
“Vengono dal mare e non ascoltano”, mi dissi.
“Arrivano come l’autunno: pieni di semenza,
vestiti di foglia morta”.
Io venivo dal Sud su cavalli e idilli:
“La Patria è un dolore che ancora non sa il suo nome”

3

Una lancia spagnola e corde francesi
rìmano questo poema del mio sangue:
anch’io sono un figlio dell’autunno
che arrivò dall’oriente sulla pelle dell’acqua.
“Che cosa farebbero nel Sud e nelle loro fattorie taurine
corde perdute e una lancia in esilio?
Con la virtù dritta della lancia
ho imparato a governare le mandrie furiose;
con la veglia pura delle corde
io scoprii la Patria e la sua innocenza.

4

La Patria è una bambina dalla voce e dai piedi nudi.
Io la vidi spronare i cavalli frisòni
nel tempo del lavoro dei campi;
o guidare i carri graziosi dell’estate
con le gambe al sole e una lingua all’aria.
(Gli uomini della mia stirpe non la videro:
i loro occhi d’aritmetica cercavano
la grandezza e il peso della frutta).

5

La Patria era un germoglio d’infanzia
nel Sud ventoso, nella pianura
tambureggiante d’armenti.
Io la vidi vicino al fuoco delle marchiature:
stampava le sue risa sui vitelli!
O vicino all’universo dei tosatori,
raccogliere il manto delle pecore
e la solfa[3] nelle dolci chitarre di settembre.
(Non la videro gli uomini del mio clan:
i loro occhi verticali si perdevano
nelle quotazioni del Mercato della Lana).

6

Io vidi la Patria all’alba
che i mandriani aprivano con la chiave
muggente dei loro branchi.
La vidi nel mezzogiorno tostato come un pane
tra i domatori che slacciavano e legavano
il nodo della furia sui loro puledri.
La vidi vicino ai pozzi d’acqua e d’amore,
bambina,  tratteggiare l’orbita dei suoi occhi!
E la vidi nel grembo delle notti australi
addormentata coi seni non ancora germogliati.

7

Per questo traboccai nel mio calice di terra
e un cucciolo del vento sembrò il mio parlare.
Per questo non sono ancora riuscito
a togliermi dalle spalle questo collare di frutta,
né a dimenticare quella scalpitante
cintura di cavalli
né questa gioia guerresca che raccolsi a Maipù[4].

8

Custodi di semenza,
vestiti di foglia morta,
gli uomini del mio clan ignorarono la Patria.
Con il vibrare senza sonno delle corde
la scoprii io solo là a Maipù.
E subito, nel cuore stesso del mio tripudio,
io sentii la pietà che si allarmava
e la paura che nasceva.
“La Patria è un timore che si è svegliato”,
mi dissi io nel Sud e nelle sua fattoria di tori.
“dipingendo, bambina, l’orbita della sua infanzia,
nella sua mano destra riposa quella dell’angelo
e nella sua sinistra la mano tentatrice del vento”.
Il timore della Patria e la sua infanzia
mi attraversò il costato (la cicatrice mi dura).

9

Tale fu l’enunciazione, il diritto e la pena
che trassi alla Città della Cavalla Learda.
E così parlai io agli inventori
della città piantata vicino al fiume
e ai suoi architetti assorti,
o ai suoi fruttanti uomini d’affari:
“La Patria è un dolore alla soglia,
un bocciolo terribile e una paura che ci cerca.
Non dormiranno gli occhi che la guardino,
non dormiranno  il sonno pesante dei buoi”.
(Cantonieri e stradini
masticavano il loro pane e cipolla).

10

E così io parlai ai muratori:
“La Patria è un pericolo che fiorisce.
Bambina,  tentata dal suo bel vento,
è necessario vestirla con armature da guerra
e calzarla d’acciaio per il ballo
del lauro e della morte”.
(I muratori dai loro ponteggi
calavano prudenti fili a piombo).

11

E dissi ancora nella Città
sotto il caldo sole dei fabbri:
“Non solo bisogna forgiare le reni della Patria,
le sue costole di fango, la sua fronte di calcestruzzo:
è urgente riempire il suo costato dall’Alto,
soffiarle nel naso il ciclone degli dèi.
La Patria dev’essere una provincia
della terra e del cielo”.

12

Fissarono i loro occhi in un’assenza
quelli, ammonticchiando mattoni.
Gli assorti uomini  d’affari
misuravano in centimetri il legno del nord.
Nessuno udì le mie parole, ed era giusto:
io venivo dal Sud su cavalli ed egloghe.

13

E scoprii nella mia anima: “Ancora non è tempo:
non è l’anno, né il secolo, né l’era.
L’infanzia della Patria giocherà ancora
più in là della tua morte e di quella di tutti
I fabbri che tuonano vicino al fiume”.

14

La Patria non dev’essere per noi
una madre di petti rigonfi;
e nemmeno una sorella parallela nel tempo
del fiore e della frutta;
e neanche una fidanzata che ci chiede il sangue
di un garofano o di una ferita.

15

Io la vidi spronare i cavalli australi,
e, bambina,  dipingere l’orbita dei suoi occhi.
La Patria non dev’essere per noi
nulla più che una figlia e una paura inevitabile,
e un dolore che si porta nel costato
senza parola né grido.

16

Per questo mai più
parlerò della Patria.
                                    tr. it. di Massimo Maraviglia



[1] Carlos Solanes, El concepto cristiano de Patria: Francisco l. Bernárdez, Leopoldo Marechal, “Revista de Literaturas Modernas”, 2 (2013), pp. 103-113, qui p. 111.
[2] Così si autodefinì dopo l’ostracismo seguito alla caduta di Peron, alla cui prima esperienza politica (1946-1955) egli partecipò da protagonista.
[3] Traduco così il termine “copla” che significa “cobbola” cioè canzone (dal provenzale)  o appunto “solfa” nel senso arcaico di solfeggio, o più volgarmente “ritornello”.
[4] “Mi universo infantil era la llanura de Maipú, abierta de horizonte a horizonte, y la casa erigida en terrenos bajos que favorecían la presencia del agua y el afincamiento de un mundo volátil cuyo millón de alas negras, blancas y rosas herían el aire y escandalizaban la luz por cualquier motivo, ya fuera la irrupción de un jinete que se abría paso en los juncales, ya las evoluciones de algún nutriero que armaba sus trampas en el cañadón” (L. Marechal, Adán Buenosayres. Edición crítica, introducción y notas de Javier de Navascués. Ediciones Académicas de Literatura Argentina Siglos XIX y XX. Buenos Aires,  2013, p. 472): “Il mio universo infantile era la pianura di Maipù, aperta da orizzonte a orizzonte, e la casa costruita in terre basse che favorivano la presenza di acqua e la nidificazione di un mondo di volatili le cui ali nere, bianche e rosa ferivano l’aria e scandalizzavano la luce per qualsiasi motivo, e fuori la irruzione di un cavallerizzo che si apriva il passo tra i giunchi, e le evoluzioni di qualche cacciatore di lontre che armava le sue trappole nel canalone…”.

N.B. I testi di questo blog sono liberamente riproducibili, ma non a fini di lucro e a patto di citare in modo chiaro e visibile la fonte (vendemmietardive@blogspot.com) e l'autore,  mantenendo inalterato contenuto e titolo.

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