giovedì 15 aprile 2021

Vínculos

 


Encontrarse no significa cruzarse casualmente y seguir adelante en el camino, sino establecer un vínculo. Según el diccionario, un vínculo es una relación afectiva que implica recíproca fidelidad... Yo añado satisfacción (sobre todo) espiritual. El vocabulario sigue diciendo: …o una limitación de la libertad individual. Estos son dos sentidos diferentes: podríamos observar que uno es antiguo y otro es moderno o post-moderno. No hace falta decir que prefiero mucho más el primero. En esta acepción el vínculo es también una respuesta al valor, como diría von Hildebrand; sería entonces un sentido que afecta a la persona infinitamente valiosa y a la innata capacidad de cada uno de percibir la diferencia entre algo y alguien (Spaemann).

Ahora bien, con respecto a todo esto, nos preguntamos si la técnica – que introduce medios y herramientas tan potentes en las relaciones humanas – no decrete la muerte del vínculo y, junto a eso, de todos los enlaces corpóreos, los encuentros de caras, de miradas y las cercanías empáticas. Nos surge una duda: ¿acaso el hombre, como decía Günther Anders, es obsolescente en todo lo que propiamente lo hace humano? ¿Este hombre no está reducido por la técnica a un fantasma sin carne y huesos (Lc 24,39)?

Pensemos en la historia de la película Ghost: el amante, después de su fallecimiento, sigue existiendo, pero nunca jamás podrá tocar a su amada y entonces nunca jamás se encontrará con ella. Su existencia fantasmal será trágicamente dolorosa.

Por lo general, sin su cuerpo, la vida parece hondamente empobrecida en su vocación a las relaciones cuyo médium, el cuerpo material, está alienado: ha dejado de ser un “cuerpo propio” para convertirse en un aparato exterior, un device electrónico. De esta manera el fantasma vive también solo y, en su soledad, acaba por ser más fácilmente manipulable porque está expuesto y debilitado, porque se ha vuelto cada vez más frágil e impotente. En su soledad, él se hace átomo-que-desea. El quiere y anhela cualquier cosa con tal de salir de su situación y olvidarla. Con cada cosa espera compensar sus frustraciones por medio de un consumo reiterado, continuado, compulsivo y desesperado.

Lo contrario de todo esto es vivir el vínculo: experimentar aquella querencia con la que nosotros sentimos el destino de otros como si fuera nuestro destino, y que antes que nada se aprende en la familia, y luego en el grupo de los amigos, y todavía en la comunidad local, y por fin en la Patria y la Iglesia. Practicando el vínculo en todas esas etapas con sus momentos intermedios, se sale del reinado opresivo de las micro-satisfacciones individuales, aprendiendo a pensar juntos a y para los otros. Se entra así en un mundo concreto de hondas y plenas relaciones humanas. Se vive el mundo. Viviendo, se proyecta un destino común, que se convierte en un paso adelante, unas ganas valientes de porvenir, a veces en un atrevido programa político hacia la conquista del cielo. En realidad, al proyectar, nos damos cuenta de que simplemente ofrecemos un futuro mejor a nuestro pasado: el pasado que nos han trasmitido y que es al mismo tiempo historia y mito; mito de pertenencia e historia critica, que nos permite de romper con la rutina y marcar las distancias del sistema.

Quizás sea un poco romántico, pero sigo pensando que esta es y debe ser la política en un sentido superior. Y si hay un compromiso libertador, al que podemos llamar a los jóvenes en el medio de su y nuestra crisis, eso es exactamente el compromiso para esta especie de disciplina comunitaria que desde los bajos fondos vuelve a empujar al hombre hasta el sol y al aire libre.

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